Siempre he creído que escribir no es otra cosa que volver a la memoria, una y otra vez, o al menos intentar hacerlo, para atrapar una caricia, un primer amor, incluso un último desamor, o ese verano eterno de la infancia, esa sucesión interminable de sol y agua, descrito certeramente por uno de mis alumnos. En septiembre, c uando le pedí que hiciera una redacción sobre su verano, me hizo el mejor ejercicio de