Escribir significa siempre entablar un diálogo con los lectores, pues un libro se escribe para que otros lo lean. Para escribir es necesario creer en lo que se desea relatar y contar con la comprensión y benevolencia de quien un día será lector. Se crea así una corriente de comunicación con quienes inspiraron las palabras y con aquellos que las reciben, con la realidad evocada y con aquel que la evoca. La autenticidad de lo que se escribe se revela en su capacidad para iluminar la realidad personal de quien lo lee. El lector se siente inspirado, se reconoce en las palabras que le llegan, y el escritor no es más que el mensajero de esas palabras, que recibió a su vez de otros. La escritura se convierte así en el punto de encuentro de realidades diversas que se conectan y alimentan, en la comunión silenciosa de todos aquellos que aman las palabras.