En estos cuatro poemas largos se anudan voces del pasado reciente de Chile con otras del más preciado presente: el de la insurrección popular de octubre de 2019. Los años ochenta y los años del estallido; los años esperpénticos de los mitos urbanos del niño monstruo y del ovni de agosto del 85, con las humaredas y los gritos libertarios de una población alienígena en estado de algarabía. Algo en mí arrastra consigo, todavía, esos ecos estentóreos de las horas más oscuras de la dictadura (cómo no habría de ser así? Yo era un niño conectado a la televisión, mientras Chile ardía de dolor) y no puedo escribir nada sin que ellas se agiten sobre la página. En estos cuatro poemas hay apariciones de ovnis y de seres grotescos que se mordían la nuca. De un poema a otro transitan los aliens capitalinos, naves de exploración estelar y nodrizas que ensombrecieron el cielo encima de la Virgen del San Cristóbal, platillos voladores que todos vimos o alucinamos en vivo y en directo, mientras el paisaje desolador que nos rodeaba buscaba cambiar, aunque fuera allá arriba, por encima de nuestras cabezas.