Las prisas de la ruina es una crónica del dolor, ese que no salpica las hojas porque rueda hacia adentro y es una quemadura en el estómago. El dolor que nos hace maldecir el aire y morder las palabras que intentan describir la derrota. Es también una crónica de amor al padre, a ese árbol que dejó sus raíces anudadas al bastidor de las tardes, al temblor de la piel, en las ramas del sauce.