En el ejercicio de la poesía, no en su búsqueda, sino en su encuentro, los trovadores recurrían a un ejerci¬cio sistemático de la transcripción de los sentimientos a partir de la observación del mundo. Era una de las claves de su éxito. Trasponían así desde el dolor has¬ta los momentos de felicidad, congelándoles en unas pocas expresiones, como si fuera posible sublimar la amargura o el entusiasmo entre las frases. A menudo lo que se lograba era construir un tono que identifica al poeta, dotándole de un rostro. Quizás eso sucede cuando leemos en este libro de Uri¬el Hincapié, una de cuyas aficiones es la poesía, que comparte con el ejercicio del derecho, la música y la amistad. Hincapié va dejando en estos poemas un rastro de su paso por el mundo, un camino empedrado más de nos¬talgias y dolor que de horas de felicidad. Breves, como un ensueño, su aroma a poemas orientales es evidente. Destellos, trastornos de la conciencia como estallidos de un nenúfar de mil pétalos en nuestra ánima.