Amor y violencia, resentimiento y una visión poética de un rincón secreto de Medellín configuran una historia conmovedora en que el futuro truncado de los jóvenes arrojados a la marginalidad es la sombra de ese otro país. La novela se estructura a partir de capítulos cortos (incluso unos muy cortos), en que se tejen las diferentes voces de los personajes con la de un narrador omnisciente que observa la irremediable caída de los jóvenes hacia un trágico final, nadando en el desencanto y el rencor de sus vidas. Se juega con la linealidad de la historia, lo cual permite que se evoquen pasajes de la infancia de los protagonistas con los de su turbulenta adolescencia y con su auge como delincuentes y drogadictos. Los griegos imaginaron que para hacer el tránsito entre la vida y la muerte era necesario cruzar un río, el Leteo. El barquero, Caronte, estaba encargado de llevar a los viajeros desde el reino de la luz hasta el mundo de las sombras. En Ganzúa, ese río son las calles de Medellín, ese barquero es una suave anciana, Ágata, capacitada para ver más allá, y ese viajero es Petróleo, un muchacho triste del barrio. La novela es también la historia de Caín y Abel que vuelve a repetirse... Uno es el arquetipo, múltiples sus maneras de objetivarse.