Las Elegías de Duino y los Sonetos de Orfeo constituyen las obras máximas de Rilke. La primera de larga maduración mientras que las segunda broto en un feliz momento de inspiración y fue compuesta en muy pocos días. Ambas, sin embargo, estuvieron unidas en el momento de su terminación dentro del mismo impulso y proceso creativos. Las Elegías de Duino se encuentran poseídas por un relámpago de vida como resultado del canto a la existencia que las impulsa. En los Sonetos Orfeo ocupa el lugar central, pero es su figura no se agota la temática de los mismos. Se podría afirmar que el poeta se encarna en él, en tanto su poesía constituye una celebración de cuanto existe. Orfeo es Rilke que canta y celebra en sus versos, aunque en muchos de los sonetos no se haga ninguna referencia al legendario tañedor de la lira. Pero es siempre el aliento órfico el que anima a estos poemas y el que da fundamento, glorificando a la poesía, a su propia glorificación. En Rilke el lector se encuentra ante una poesía jubilosa, en la que el canto se asemeja a un placentero respirar: a un respirar del universo.