En el comienzo de Las aves dos atenienses inequívocamente tales, dos personajes que tienen en principio y como punto de partida un claro a dónde de su pertenencia, a la vez se encuentran en un cierto ninguna parte cuya única ambición (más bién no-ubicación) es precisamente la lejanía. Sus guías, es decir, sus desorientadores y desencaminadores, son en ese lugar, más exactamente en ese no-lugar, sendas aves, con lo que ya el elemento de las aves, el aire, empieza a interpretarse como el fuera, a la vez que el fuera, encontrado hasta ahora en los más variados aspectos de la forma del género comedia, y ahora reconocido también en la configuración escénica del arranque de Las aves, resultará ser además la base de la trama.