El Espíritu Santo actúo en la elección del papa Francisco, fundamentalmente, a través de los once cardenales de Estados Unidos que ingresaron al cónclave. Desde que llegaron a Roma marcaron la pauta de la elección. Fueron la fuerza más clara y contundente de oposición a la curia romana, una muy peligrosa secta, integrada básicamente por religiosos italianos, que ha mantenido el poder a lo largo de los últimos cuatro pontificados –Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI-.