Empecé a escribir con método El País de los Pequeños Placeres en el verano de 2003, cuando mi sobrina Ana, que tenía tres años entonces, comenzó a hacerme preguntas sobre la casa donde compartíamos agosto en Maragatería, sobre el jardincillo y la extraña ruina que lo sostiene, sobre las fotografías, sobre los objetos de l as habitaciones, sobre algunas piedras blancas y brillantes que ocupaban el sitio y la