A la usanza de los hermanos Grimm, de los que era gran admiradora, Bertha Koessler-Ilg dedicó cuarenta y cinco años de su vida a recoger, paciente e incansablemente, las tradiciones orales de su amado pueblo mapuche, consciente del peligro de que se perdieran para siempre debido a la avanzada edad de sus informantes más preciados y al normal proceso de hibridación cultural entre los mapuche más jóvenes. Ya había hecho lo propio en su juventud, en Malta, recopilando cuentos, canciones y leyendas