Los arquitectos son viajeros asiduos, especialmente si tienen obras en varias ciudades o dan conferencias a menudo. Estos desplazamientos rápidos producen, como valioso residuo, un tiempo paradójicamente lento en el que sólo el horizonte o las nubes acompañan al pensamiento. Para Luis M. Mansilla y Emilio Tuñón cada viaje es un paréntesis que se abre en la actividad cotidiana, un bolsillo del tiempo, un repliegue vacante que rellenan de manera asistemática y libre con charlas, recuerdos, reflexiones y propósitos.