El cartel que Aníbal Andrade leyó esa tarde lo había llenado de una emoción que no sentía desde la última Navidad. Era una mezcla de alegría y de ansiedad. En el colegio se anunciaba un concurso de cuentos abierto a todos los estudiantes. Aníbal, con el corazón sobresaltado y la cabeza a mil por hora, sentía que esta era la oportunidad de su vida para convertirse en lo que siempre había querido ser: un famoso escritor. Solo había un problema: Andrade no había reparado en la última línea del afiche El concurso hablaba de plazos y de una fecha límite para entregar el manuscrito.