Con el grito en la garganta, Maya se encontró de pronto con los ojos bien abiertos y sentada sobre una superficie blanda. Tenía los músculos tensos y la respiración agitada. Solo fue una pesadilla, intentó calmarse, pero los vívidos recuerdos no le permitieron apaciguar el pulso. Y con razón, si tras levantar la vista y echar una mirada a su alrededor, se halló en un lugar ajeno. Extranjero. Insípido. Estaba en una cárcel sin nombre y sin motivo aparente. Atrás quedaría su vida, sus logros y